Por Luis Enrique Prieto
(Dedicado)
Llueven otoños en estos roquedales de caminos y flores que se van
marchitando de frío y verde.
Sé que volverán las cigüeñas a recoger sus alas en los campanarios
prominentes del futuro, que las avutardas repicarán sus cantos de
reencuentro, que se vestirán de sombras los pinos esperando el sueño
de las procesionarias convertidas en capullos de tierra.
Pero llueve...
El arco del cielo
va derramando lágrimas tenaces
en el claro-oscuro
de la nostalgia.
Un silencio de luna
se me sube a la garganta gris
mientras llora el delirio de la noche:
miel y roca
en los labios que desvelan
soledades en rojo.
He intentado acercarme a tu silencio ausente. Toqué las teclas negras
de tu piano sin músicas. Quise aproximarme al hueco impredecible de
tus ausencias, al dolor que intuyo tras tus ojos cansados de tanto
mirar misterios insolubles. Rocé tu adiós con timidez de pájaro
herido, y tu soledad desde el recuerdo cálido.
Pero llueve... y ya no hay más que barrancos baldíos en los antiguos
cortados de mares que abrazaban los nidos de las gaviotas y el
despertar del faro vigía.
Y ni siquiera esta lluvia de Otoño, monótona y necesaria, sirve ya
para recorrer avenidas de sueños y nieblas.
Llueven otoños
con la insatisfacción de un viento
que va barriendo caricias lejanas.
Un epitafio dulce,
que nadie escribió nunca,
salpica la voz
que nunca nadie dijo:
vuelve...
vendrán otras luciérnagas
a iluminar caricias y sorpresas.
Luis E. Prieto
Octubre-04